En ninguna habitación infantil debería faltar un abecedario, y, por supuesto, en la habitación de mis sobrinas tenía que ocupar un sitio privilegiado. Así que mi cuñado lo colgó enfrente de las literas, para que lo vieran a todas horas. Un día, mi hermana, en su afán de limpieza, levantó tanto la trona del muñeco para limpiar que... le dio tal golpetazo que lo estampó contra el suelo. Qué disgustazo. El cristal se rompió en mil pedazos, naturalmente. Y como se iban de vacaciones y no quería dejarlo así, se le ocurrió poner plástico de forrar libros en vez de un cristal... Y quedó de maravilla. Vamos, que ahí está el plástico... y por muchos años.
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